El Mahoma de Carlyle
Por Diego Alfaro Palma
Por Diego Alfaro Palma
“Dirán: ¿Es él quién lo ha inventado? –No.
¡Oh Mahoma! Es más bien la verdad venida de tu señor para que tú adviertas a un pueblo que no ha tenido profeta antes de ti, y a fin de que todos sean dirigidos por el camino recto”.
El Corán XXXII, 2.
A la mitad de su vida el polémico escritor Thomas Carlyle, planeó desde su escritorio –posiblemente en los últimos días de invierno- ofrecer una serie de conferencias en torno al tema del héroe. Presentadas en mayo de 1840, trataban un tema que acongojaba al extremadamente conservador autor, pues eran éstos los siempre visibles íconos de una aristocracia y la representación viva de valores religiosos que lentamente decaían frente a sus ojos ante la avalancha de la Revolución Francesa y sus nuevos ideales.
Entre los nombres que ofrecía a su público se encontraban Odín, Mahoma, Dante, Shakespeare, Lutero, Cromwell y Napoleón. Personajes dispares entre sí y que al mismo tiempo venían a demostrar, según Carlyle, las diferentes encarnaciones del ideal heroico en el transcurso de la historia: el héroe divino, profeta, poeta, sacerdote, literato y rey. Tal fue su forma de resolver la cuestión acerca de la ingerencia de grandes personalidades en el tiempo y de los nuevos paradigmas que estos creaban; de la misma manera intentaba contrarrestar mediante estas pruebas, la intolerable alienación que ofrecía la democracia en aspectos de representación política, intelectual y religiosa.
Lo de Carlyle fue entonces un diálogo con los espíritus más significativos que hayan pisado la tierra, entrar en sus mentes y deslizarse por cada una de sus afirmaciones y actos, para así hallar el germen de su grandeza e indagar desde allí la esencia de lo humano. Página a página el gran rompecabezas de la humanidad va cobrando forma, dibujándose desde la maravilla de la vida a la decepción por la inconstancia, pero siempre imbuido en esta inquietante certeza: “¡Pobre naturaleza humana! ¿No podemos afirmar en verdad que el andar del hombre es eso, sucesión de caídas?”.
Es por esto que la elección de Mahoma es tan significativa dentro de la obra y su pensamiento. El mensajero de Alá significa un cambio de paradigma violento, pues al contrario de las antiguas religiones paganas el Islam grafica el momento en que ya “no se considera al Héroe como Dios, sino como inspirado por Él, como profeta”. Es decir, la consagración del “Gran Hombre” no como divinidad (como lo habían hecho romanos y paganos) sino como un mortal, que a diferencia de los demás ha logrado entrar en un trato con un Dios supremo para de esta forma guiar a los hombres.
Mahoma es para Carlyle el ser humano con todos sus defectos y bondades, con su arrogancia y su virtud, con la verdad y el error. A diferencia de Jesús para el cristianismo, el Profeta es hombre poseedor de palabra divina y no encarnación del Dios Único. Por lo tanto, está tanto fisiológicamente en las mismas condiciones que cualquiera, a excepción de su grandeza de espíritu que le ha valido convertirse en receptáculo de una nueva doctrina.
Pero no deja de ser extraño que un Occidental en pleno periodo de revoluciones, como fueron las últimas décadas del siglo XVIII y la primeras del XIX, tome tanto interés en una figura que ha sido doblegada por un continente que se constituyó durante mucho tiempo como el límite último de la expansión islámica, la frontera a la “barbarie” que este traía. Es así que el profundamente anglicano “Sabio de Manchester”, como le decían, tomará partido por liberar la imagen del “enemigo” del cristianismo en una Europa que comenzaba a perder la fe.
“El don más preciado que el Cielo puede conceder a la Tierra es el hombre de genio como decimos, el Espíritu de un Hombre enviado de los cielos como mensajero de Dios”, pues este Dios que habla a través de la naturaleza para Carlyle le ha pedido a un pobre mercader de Oriente “encender el mundo” con un mensaje para las tribus del desierto. En su defensa el autor pone sus manos al fuego frente a las visibles pasiones e imprecaciones que han caído ante esta doctrina, expandida a partir de una violencia totalmente disímil e incomprendida por un mundo cristiano que se impuso en sus primeros siglos a través del martirio.
Ya veremos más adelante como el autor resuelve el gran dilema ético que presenta el Islam para Occidente, mas debemos decir que la cercanía de él con Mahoma está atravesada por su potencia representativa y por el ánimo heroico que lo llevó a erigir una religión en un mundo gobernado por ídolos, ladrones y violentas tribus. “No es el más sincero de los profetas, mas yo le creo franco” nos dice, y es el valor de esta sinceridad la que es subrayada, su apertura al problema de lo humano.
Podríamos afirmar que Thomas Carlyle es uno de los primeros pensadores en devolver el estatus de fe al Islam dentro de Europa, de indagar objetivamente en su palabra y en su misión, además de devolver a Mahoma el puesto de profeta y al mismo tiempo de hombre (y no de demonio) con todas las contradicciones que esto pueda acarrear. Esta es por tanto la invitación de Carlyle respecto a Mahoma, a “hablar de él lo mejor que la justicia permita; ésta es la manera de penetrar su secreto”.
Visiones occidentales
“¿Que un hombre falaz fundó una religión? El falaz no es capaz de edificar una casa de ladrillo. De no conocer y aplicar fielmente las propiedades del mortero, la cal y demás cosas que emplee, no será casa lo que construya, sino un montón de escombros, que no resistirá doce siglos alojando ciento ochenta millones de seres, porque se desplomaría antes”. Con este calibre de frases abre Carlyle su serie de conferencias que más tarde serían reunidas bajo el título de “El culto a los héroes”. Para él es imposible caer ante el desprecio de los ateos, pues ceder ante ellos ofreciendo una religión al juicio de su veracidad es dejar caer a todas juntas al abismo de lo incierto.
Una religión para Carlyle y aún más el Islam, no pueden ser meros inventos políticos u obras de Satán; la expansión de una “verdad” es siempre cara a su valor humano como congregación de los espíritus ante su Creador. Es decir, es la respuesta de una criatura al constante llamado de su Padre. Y de sí el uso de la espada quita nobleza a una doctrina, no es el punto, el cristianismo no sin ella logró consolidarse una vez dentro de Roma gracias a Constantino, y no sin ella conformó el primer Imperio cristiano con Carlo Magno. Es lo que pasa con todo mensaje caído del cielo a las manos de los hombres. Pero lo que hace más contradictorio al Islam es que, al contrario de otras religiones, en su conformación su profeta haya utilizado la violencia como medio eficaz para la victoria de Alá en la Tierra.
Ya desde Dante, la palabra de Mahoma era juzgada y él mismo situado en el infierno de los occidentales. Se encuentra en él junto a Alí en el Bajo Infierno, específicamente en el octavo círculo dentro del noveno recinto donde sufrían sus culpas los sembradores de discordias y cismáticos. Un condenado habla al peregrino Dante y su guía Virgilio:
“Ve como me desgarro; ve a Mahoma cuan despedazado está. Delante va Alí lamentándose, y hendido el rostro desde la barba al cráneo. Todos los demás que están aquí fueron en vida promovedores de discordias y cismas, y por eso se ven descuartizados de esta suerte. Detrás viene un diablo que nos destroza sin piedad, sometiendo a los golpes de su espada a toda esta multitud, cuando damos al penoso circuito vuelta, porque se nos cierran las heridas antes de que volvamos a ponernos delante de él”[1].
(Infierno XXVIII)
Esta cruda descripción sirvió de modelo a Giovanni da Modena en su fresco de la Basílica de San Petronio, en Bolonia, hacia 1410. En él vemos a un gris demonio abalanzarse sobre el profeta, abriéndole la piel y desgarrando su interior. La pena impuesta por cismático no es contradecida por Carlyle, que no duda en afirmar que el Islam “es una especie bastarda de Cristianismo, pero viviente, vivo de corazón y no mera lógica inerte, infecunda, anticuada”. Al igual que el cristianismo naciente como secta del judaísmo, para nuestro autor la revelación y su comprensión no dejan de ser un aspecto diferenciador entre las religiones. Su importancia definitiva es su poder espiritual frente a la selectiva y fosilizadora razón y su fe en el progreso.
Otro de los tantos que dirigió su mirada inquisidora sobre Mahoma y su nueva religión fue Voltaire. Publica en 1741 “Mahoma o el fanatismo”, obra que en un juego de amor y odio se acerca sigilosamente al enemigo de su enemigo (el cristianismo) al tiempo que pone sobre el tapete sus retrogradas leyes y su barbarismo refiriéndose al Corán: “Su retrato del profeta como un hombre exaltado, ambicioso y buen conocedor de los mecanismos del alma humana favorables a la consecución de sus fines va acompañado de epítetos denigrantes sobre su carácter y falsos milagros”[2].
En el fondo Voltaire inculpa al Islam en sus aspectos sacros como buen deísta y siempre le sirvió de parámetro para medir al cristianismo en aspectos racionales y de concreción religiosa. A su contradicción y al juicio de occidente, Carlyle responde a la cuestión con la pregunta: “¿Qué son los errores, qué los detalles externos de la vida, si olvidamos su secreto interior, el remordimiento, las tentaciones, la cierta, desconcertante e infinita lucha?”.
La vida y el mensaje de Mahoma
Ante el problema de la violencia en la médula del Islam, Carlyle propone la compresión de la vida y el espacio donde creció su profeta. Su visión del aspecto humano del “héroe” es objetiva y sana a la hora de adentrarnos en su estudio, pues es sin duda este texto uno de los más propicios para un occidental como nosotros –desconocedor o prejuicioso.
Sin dejar de codearse con la literatura, el inglés nos proyecta una vida con altos grados novelescos, pero muy certera al corroborarnos lo que hoy conocemos acerca de Mahoma. Nos cuenta de su ascendencia dentro de la gran tribu “Kora”, una entre varios gobiernos patriarcales que existía en Medio Oriente y separadas por extensiones desérticas. La población de estas tribus estaba constituida por “pastores, traficantes, mercantes y brigantes, en frecuente guerra, teniendo como único lazo de reunión la Caabah, donde adoraban todas las formas de la idolatría arábiga en común, unidos principalmente por el lazo interior indisoluble de la sangre y el lenguaje”.
La Caabah[3] se encontraba en La Meca, y como se sabe es parte de un aerolito que por siglos anteriores a la fe musulmana fue adorado por cientos de tribus paganas, a la vez que por cristianos y judíos. Como todo lugar de peregrinación era un nido para el comercio por su constante flujo de peregrinos que llegaban al lugar.
Sin nombrar a sus padres, Carlyle antepone el carácter amable del abuelo de Mahoma como principio fundamental de su crianza tras la pronta muerte de su padre. Pero la impresión más profunda en su espíritu fueron los viajes comerciales realizados a Siria a los 18 años y su conocimiento del cristianismo. De esto nos dice: “No sé qué pensar de aquel Sergio, Monje Nestoriano, con quien se dice se alojaron tío y sobrino, ni lo que podría enseñar un monje a un joven de tan corta edad. Es probable que se haya exagerado algo sobre el Monje Nestoriano”.
Lo que si saca en claro es que el haber salido al mundo y observar la crudeza y desigualdad existente entre hombres y tribus, entre religiones y sectas le hizo entrar en conciencia y entrar en un proceso de crecimiento espiritual que se adaptó perfectamente a su carácter sereno. Sus internaciones en el desierto y su meditación sirvieron de ese tan codiciado toque divino que su alma esperaba, al tiempo que a Carlyle le sirve para conjeturar acerca del verdadero rol de la naturaleza no sólo como materia industrial sino como la vasta extensión donde la voz de Dios se confunde con el viento:
“Hacía mucho tiempo que bullían en este hombre miles de pensamientos, producto de sus peregrinaciones y viajes, preguntándose: ¿Quién soy? ¿Qué es esta inmensidad en que vivo que los hombres llaman Universo? ¿Qué es la Vida? ¿Qué es la Muerte? ¿Qué debo creer? Los ásperos peñascos del Monte Hara, los del Sinaí, las hoscas soledades arenosas no respondían a sus preguntas. El extenso Cielo pasaba sobre él con sus centelleantes astros azules. El espíritu del hombre, lo inspirado por Dios, debía responder”.
A los cuarenta años acudió a su misión celestial con pésimos resultados. Sólo logró, en los primeros tres años tras la revelación del Arcángel Gabriel, conquistar a tres fieles. Había salido de la caverna de sus dudas con claridad y las dificultades fueron difíciles de traspasar, pero con el tiempo reunió un alto número de adeptos dentro de una larga serie de comerciantes, bandidos y hombres de bien, al tiempo que se contabilizaba la lista de férreos enemigos que le llevaron a escapar junto a los suyos a Medina. Desde ahí y ante las serias amenazas de sus vecinos, Mahoma tomó la espada, ya que esta se convirtió en la única forma de defender su fe y a sus fieles.
Pasaron diez años de cansadoras batallas que fue ganando una a una gracias a una ardiente sabiduría que atravesó el corazón de más hombres, de enemigos que pasaron a ser protectores de su palabra. “Durante estas inquietudes y luchas, principalmente tras su Huída de La Meca, fue cuando dictó, a salto de mata, su Libro Sagrado, llamado Corán (Lectura, Para leer)”.
Para Carlyle la obra fundamental del Islam es una “selvática rapsodia tan descuidada como la peor conocida”, que a ojos de todo conocedor de la Biblia o de la Torah es evidentemente reconocida por su caótica ordenación[4]. Se conforma no como Summa, sino que como un gran archivo de frases cruzadas, sin ninguna consideración histórica o temporal de la vida del profeta. Un libro que atraviesa tanto el campo moral como el político, que a base de ejemplos y enseñanzas (muchas copiadas de los dos libros antes mencionados[5]) se fija como el gran compendio de fe que logró unir al pueblo árabe.
“Hemos dicho que el Korán es estúpido; no obstante, la estupidez natural no es característica del libro de Mahoma, sino incultura natural, porque la incesante inquietud, la continua lucha, no le permitió estudiar el lenguaje ni preocuparse de pulirlo” asevera conciente de sus palabras el pensador, a la vez que nos maravilla con una frase llena de humanismo y respeto: “Si un libro surge del corazón, penetrará en otros corazones; el arte y la pericia retórica son secundarias. Yo diría que el carácter fundamental del Corán es su sinceridad, que es libro de buena fe”.
El valor del Islam
Desde su húmeda Inglaterra Thomas Carlyle emprendió una tarea única y necesaria para el occidente de todos los tiempos, un occidente que debe gran parte de su evolución científica e intelectual a los musulmanes y a sus escuelas de traducción. Internarse en las arenas que Mahoma atravesó de pequeño con sus caravanas de comerciantes y luego con las caravanas de Alá, es un ejercicio de gran amplitud intelectual para una sociedad que entre máquinas y enciclopedias creía haber compenetrado el fondo de las cosas.
La expansión del Islam comenzada con la primera Hégira hacia el año 622 d.C., apuntando a los confines del mundo conocido. De Nueva Delhi a España, rodeando toda la costa africana, la fe promulgada por una raza de oasis e intercambios comerciales, se abrió a una nueva forma de vida estructurada a partir de los dictados de Mahoma. Los musulmanes pronto fueron el ejército más poderoso de oriente y, acordes con su origen, desmembrados en distintas interpretaciones del Corán.
Expulsadas las antiguas creencias de La Meca, el profeta entró triunfante en el santuario de la Caabah y en palacios de las distintas tribus. “Mejor que el de las miserables Sectas Siríacas con sus vanas discusiones sobre el Homoiousion y el Homoousion: cabezas repletas de vano ruido y corazón vacío y muerto” el Islam significó una serie de cumplimientos y responsabilidades a un pueblo que desconocía la fidelidad.
“El Islam significa a su modo Abnegación, Renunciación al Yo. Ésta es la suprema Sabiduría que el Cielo reveló a la Tierra. Ésa fue la luz que iluminó la tiniebla de aquel agreste espíritu árabe, confuso esplendor deslumbrante, vívido y celeste en la completa oscuridad que amenazaba con la muerte” nos dice poéticamente Carlyle hacia el final de su conferencia. Sabe que esa abnegación y aceptación total de los mandatos de Alá, no pueden estar de acuerdo a la crítica de occidente, que poco a poco ha dejado de vivir sus rituales religiosos. Y es en la comprensión de estos el punto de partida para una revalorización de la tradición y lo sagrado, que él ve gravemente amenazado.
Occidente obstinadamente, más aún por su larga carrera armamentista, ha traspasado la frontera del respeto y principalmente en el siglo XX con los musulmanes. Los últimos 30 años han sido una seguidilla de tensiones políticas que han ido alimentando una serie de odios y fanatismos a ambos lados del planeta. La incomprensión y la incultura han dado paso a la desvergüenza y al atropello, que Carlyle vio patente en las inhumanas acciones del Imperio Británico y de las que sería continuador su primogénito los Estados Unidos de América.
De las primeras cruzadas el clima no ha cambiado salvo la excepción del largo y floreciente Califato de Córdova en la península Ibérica, que fue un ejemplo de convivencia entre distintos credos. Las exigencias del Islam, a pesar de su libre entrada a Europa, sólo ha significado continuas divergencias y polémicas en torno al límite entre la religión y los estados modernos…discusión que occidente veía saneada desde la Revolución Francesa.
El ejemplo de Carlyle no nos puede ser ajeno en una época en que esta fe se ha vuelto tan importante y en que distintas religiones deben convivir en un mismo espacio. Su acto es el de un paso adelante, no a la conversión ni a la mal usada palabra “tolerancia”, sino un gesto de apertura de alma a alma, de humanidad concreta. Cuestionable puede ser para hoy su estudio acerca de la heroicidad en un mundo donde todo es relativo y donde los íconos fundamentales son los impuestos por el mercado, no los valóricos.
“Las religiones no suman adeptos adulando los apetitos, sino despertando lo Heroico que dormita en todo corazón” nos dice con sabiduría poética, que sin duda será retomada por su amigo Ralph Waldo Emerson en su obra “Los hombres representativos”. El Mahoma que nos presenta Carlyle no es sólo un socorro a su época y a sus ideales, sino uno de un valor altamente universal, del forjador de una religión nacida en una pobre nación de pastores “que de seres ignorados se dieron a conocer al mundo, trocándose en mundial lo reducido”.
Bibliografía:
Carlyle, Thomas, El culto a los héroes, Edición virtual, 2006. [http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/carlyle/indice.html]
Mahoma, El Corán, Edimat Libros, Madrid, España, 1998.
Alighieri, Dante, La Divina Comedia, Editorial Océano, 2001.
Goytisolo, Juan “Voltaire y el Islam”, Diario El país, España, 4 de mayo de 2006.
[http://independent.typepad.com/elindependent/2006/05/voltaire_y_el_i.html]
Notas:
[1] Alighieri, Dante, La Divina Comedia, Editorial Océano, 2001, pág. 136.
[2] Goytisolo, Juan “Voltaire y el Islam”, Diario El país, España, 4 de mayo de 2006. En [http://independent.typepad.com/elindependent/2006/05/voltaire_y_el_i.html]
[3] La relación entre la Cabaah y el Islam no sólo refiere al lugar de origen del profeta sino a un relato extrapolado de la Biblia en el cual se dice que sería asentamiento de Abraham: “Cuando Dios probaba a Abraham con ciertas palabras y éste cumplió sus órdenes. Dios le dijo: ‘Te estableceré imán de los pueblos. –Escoge también a mi familia, dijo Abraham. – Mi alianza no comprenderá a los malvados, contestó el Señor’.
Establecimos la casa santa para ser el retiro y el asilo de los hombres, y dijimos: Tomad la morada de Abraham por oratorio”. (Corán II, 119-121).
[4] Este caos es explicado en el mismo Corán: “Hemos dividido el Corán en secciones, a fin de que tú lo recites a los hombres poco a poco. Lo hemos hecho descender realmente”.
Corán XVIII, 107.
[5] “Este libro no es inventado más que por Dios; no es más que una confirmación de lo que había antes que él y una explicación de las Escrituras exentas de toda duda, que provienen del dueño del universo”.
Corán X, 38.
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